Myles.

Cada mes que Myles arracanaba del calendario era otra puñalada, cada mes que arracancaba sin Evante. Había oído decir que Evante ya salía, que quizás estaría algo chiflada, pero estaba bien, puede que hasta con siete u ocho pretendientes.

Él, la echaba de menos, intentó ayudarla, pero solo lo intentó. Ahora, el que no salía de la cama era él, el que ya no cogía el coche todos los viernes, el que ya no tendría que rechazar a mujeres, porque ya no salía.

-Myles, hijo- dijo su madre- ha venido a verte Evante ¿quieres que pase?

-¿De verdad?- dijo lleno de felicidad- ¡Por supuesto!

Evante pasó, estaba guapísima, con medias nuevas, rizos rubios nuevos, todo resplandeciente. Le dio un diminuto beso que le supo a gloria.

-¿Quieres que salgamos a dar una vuelta? Aunque no voy a esperar que me contestes- le cogió de la mano y salieron a la calle.

La casa de Myles estaba muy alejada de la ciudad, cerca de la carretera, y que mejor lugar que aquel que para pasear.

-Te queda bien la barba- le dijo acariciándole la cara.

-Y a ti las medias nuevas.

-Si, eso creo- dijo dudosa- pero verás, tengo que contarte algo… Puedo ver y hablar con Hanna.

Myles comenzó a reirse a carcajadas  - ¿Sabes? Me habían dicho que estabas algo chiflada pero nunca pensé que tanto –continuó riéndose como podía, como un niño pequeño-  ¡Pero oye! Yo te seguiré queriendo, porque te creo.

Evante le dio un pequeño puño en el hombro. Myles un beso.

-¿Y qué te dice Hanna sobre mí?

-Que… bueno que si pudieras hablar con Samu…

-¿Con Samu? ¿Por qué no iba a poder?

Comenzaron a reirse los dos a la vez,  besar otra vez a Evante era lo más feliz que le podía hacer por el 

momento. Respirar junto a ella era todo lo que necesitaba para encontrarse bien.