Mis niños

El amor se riega todos los días

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En el nirvana, El séptimo cielo, Heard & McDonald Islands
RÍE. LLORA. AMA. VIVE. Republicana, progresista y romántica por excelencia. Fuerte sentimiento de la justicia. Divino desastre pálido y frío. Creo en el destino, en la educación al pueblo y en el cambio. "Sapere aude."

lunes, 14 de abril de 2014

El lobo y lo salvaje.

Era como un lobo, un lobo gris, blanco y salvaje. Me arañaba la espalda, los muslos, los senos; clavaba sus dientes en cualquier recoveco accesible a mi carne y su lengua me hacía cosquillas. Mi lobo y las cosquillas.

Después de largos gruñidos, gemidos y demás pecados que me hacían sentirme una concubina, se recostaba en mi pecho del flaco derecho para acariciarle el pelo y darle calor aunque su piel no estuviera fría, porque le gustaba. O bien porque le gustaba el bosque o bien porque la calidez de una mujer que le protegiera.

Yo quería al lobo con sus enfermedades mentales y otras dolencias, le habría querido hasta con sida y piorrea. Lo acunaba y lo besaba. Lo abrazaba. Lo amaba. Llovía y empezábamos a desearnos, a tumbarnos en tierra baldía y que surgiera lo que Dios quisiera, y mientras yo pensaba en él, en el lobo que era y como su mirada me devoraba y sus ojos empezaban a ver más allá de mí; en el pasado, en el presente y en el futuro. En la ética, en la regeneración ética de una sociedad que estaba podrida hasta la médula.
Mientras el lobo se desmelenaba a lo salvaje yo pensaba. Sabía que pensaba e incluso qué podría estar pensando. Y él me preguntó y yo le dije y su cara se tansformó en pulverizada con un fijador. O algo así.

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