Somos como cuerdas de guitarras que se rompen una y otra vez, de esas que se rompen y no las remplazas por alguna razón. Hasta que un día te das cuenta de que tienes que cambiarlas para tocar mejor, y dejar que las rotas se amontonen de polvo en el olvido.
Recuerdo las canciones que tocaba para jugar con él, las hermosas melodías y el canto por mi voz que tus oídos pocas veces escucharon, mi voz perdida en tus recuerdos.
Ahora, la cuerda rota de mi guitarra duerme. Ya no se puede conectar con mi guitarra, y de alguna que de otra forma me gusta que sea así.
Quizá fui yo la que te rompió sin posibilidad de reparación.
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