Mis niños

El amor se riega todos los días

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En el nirvana, El séptimo cielo, Heard & McDonald Islands
RÍE. LLORA. AMA. VIVE. Republicana, progresista y romántica por excelencia. Fuerte sentimiento de la justicia. Divino desastre pálido y frío. Creo en el destino, en la educación al pueblo y en el cambio. "Sapere aude."

miércoles, 18 de mayo de 2011

Ya no quedan días de amor.

Se movían. Se paraban. Se movían. Se paraban. Se volvían a mover las ramas de los árboles, de lado a lado y cuando el viento cesaba, se volvían a parar. Los pájaros cantaban, huían del viento, las gotas golpeaban contra el cristal y resbalaban. Los truenos comenzaron a aparecer, sin embargo para Carlota, tumbada en la cama desde hacía horas con el pelo empapado, nada sentía que nada había cambiado desde ayer.


Desde que podía escuchar la respiración de Pablo con solo  apoyar su cabeza en su torso. Poder bailar las manos por todo su cuerpo y perder las manos en su larga cabellera. Poder estar abrazada a él durante horas, sin decir nada y de vez en cuando cambiar la posición y ser ella quien le abrazara y así Pablo escuchaba los latidos del corazón de Carlota. Poder respirar el mismo humo del cigarrillo que Pablo; sentarse detrás de él y hacerle trenzas, empujarle hacia atrás y darle besos.
Ayudarle a componer música para el grupo de punk. Quizás, sería la última vez que quedarían los días de lluvia para enamorarse, para componer canciones, para besarse.


Sabía que no iba a volver. Que se iría lejos, lo más lejos posible para poder escaparse de este barrio, liberarse de esta reprimida ciudad. No importaba, se le escapó. Se iría, conocería a alguna pelirroja de las que le gustaban, se enamoraría de ella y olvidaría a Carlota y todo lo que dejaría en la ciudad.


Total, eran amigos. Pablo era un amigo que se le escapó de las manos sin decirle que le amaba.
Totar, eran amigos. Carlota era una amiga que dejó en su ciudad natal, a la que nunca volvería a ver sin decirle que le amaba.

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