El horroroso olor a medicina de aquel hospital producía la peor sensación que jamás tuvo. Pensar que podía ser la última vez que vería a Hanna y lo único que tenía que ahcer era cruzar la maldita puerta.
La cruzó y prefirió no hacerlo. Rodeada de tuvos y cables que sabía que de lo único que servirían serían para acortarle más su vida. Una vida en la que solo le tenía a él. Hanna no se hablaba con sus padres, no sabía por qué, pero tampoco lo anhelaba; solo sabía que hizo las maletas y se fue con él.
Ahora solo quería cogerla de la mano y poder sentir que aún estaba viva porque por muchos cables que hubieran para intentar salvarla, Hanna ya estaba muerta. Hanna, la chica de los rizos marcados, largos y con la cara más hermosa del mundo; con la piel teñida de color oro por los rayos del sol, las venas bien marcaditas en la esquina derecha de su frente.
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