Detrás de las espaldas de él era capaz de verse a sí misma con un rostro pálido; sentía como su corazón había dejado de latir, lograba sentir con solo rozar con la uña del índice, la ardiente sangre de Samu recorriendo a toda velocidad y a la vez, las inmensa tristeza acompañada con una lluvia de lágrimas.
Samu extendió la mano, en ella había una bolsa que guardaba aquellos trocitos de cristal que probablemente acabaron con su vida; quizás si estuviera vivía, su corazón se rompería al ver aquella imagen.
Samu, el chico frío y calculador que siempre andaba solo por los pasillos de la escuela de música y seguramente, cuando ella no le viera, también. Siempre había vivido solo, le conoció solo y seguramente, si ella no hubiera cogido aquellos cristales, no moriría solo, ahora sí.
Nunca tuvo prisa por perded la virginidad, estaba asqueado de toda la sociedad y del pensamiento que tenían en común. Sin embargo, cuando la conoció todo cambió en él, volvía a reír, a confiar; aunque solo fuera en ella, y querer vivir con ella.
Si Hanna siguiera viva, le abrazaría, se hincharía a llorar por todos aquellos baños que le preparaba por la noche en la enorme bañera de los dos, que ya no prepararía porque estaba solo de nuevo.
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