Es precioso amanecer cada día envuelta en el polvo que desprende Tomi, el borrador de la habitación. Desea estar envuelta de la fina sábana blanca y a la vez pasar días enteros tumbada en su alcolchado torso y subirse a sus fuertes espaldas.
Tomi obserba el miedo que habita en sus pupilas calientes. El miedo de que Tizoldia sea escogida para escribir en el inmenso cielo gris verdoso. Es preciosa, está practicamente entera, y es realmente deseada. Se esconde siempre, lejos de la mesa, para que los nños perezosos no la prendan.
-Que no se consuma- frase que repite cada día a Dios- que sin ella yo no soy.
Habla la tentadora tiza y él la esucha con los ojos bien abiertos, llenos de asombro. Le habla de la muerte, de lo qué son, de lo qué será de ellos. Hace una pausa, se moja sus pastelosos labios y continua hablando. De lo qué serán cuando se mueran, de lo que quede de ellos.
Tizoldia habla, Tizoldia ríe y llora. Con sus ojos va trazando diferentes ángulos. Mira a las personas y desea ser como ellas. No por cuánto vayan a vivir, si no porque anhela tener un cuerpo de humano. Que Tomi tenga otro también. Y poder mirar segundo sí y segundo también sus rodillas, que sin duda estarían llena de heridas. Se lo imagina, vagamente. Ella blanca como las nubes del cielo de primavera y el negro como el carbón. Con el cabello lleno de diminutos y enredosos rizos como los de aquel niño negro del verano anterior.
Que si fueran personas de carne y hueso, sería su ser humano favorito. Pero no es así, cada uno afronta su realidad como puede y sabe ¡ y qué bien lo sabe! Luego, pasará un día en el que ella no estará allí para saludarle. Temblando él, temblando ella y temblando sus ligeros labios.
Maya da un respingo desde el asiento. Despierta de su humilde fantasía fabricada con verdadero amor. Ya empieza Javier a fastidiar desde la mañana temprano. Pero en lo más profundo de su ser sabe que él es su Tomi y está hecho para ella.
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