Salpica el aceite de la sartén y te pega en la cara, el sol está en su punto culminante y oyes que la vecina llora. ¿Por qué llora? No lo sabes y poco te interesa. Miras el fuego de la cocina y haces metáforas sobre el amor con él, como si el gas fuera un beso mortal. Bombas de recuerdos explotan en tu cabeza, las lágrimas impacientes salen sin permiso y ni si quiera avisan si volverán a las diez y tú te enrabietas sobre la existencia de la empatía.
No sabes si tiene sentido, pero aún si la gravedad, volverías a caer en sus brazos porque nadie más que tú sabes lo triste y sola que estabas en las noches de invierno.
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