Por mí que todos los días sean diecinueve de febrero.
Estoy segura de que los disparos se han oído hasta el último rincón de mi cabeza. Unos hombres, ya conocidos, cargaron sus armas de recuerdos; recuerdos nocivos, mortales, llorosos, rubios, morenos, con ojos oscuros y ojos claros.¿Sabéis por qué atacan? Se enteraron de la existencia de mi tristeza, de lo poco que queda de mi fortaleza, y su orgullo es más fuerte que el mío. Uno de ellos me mira, guapo, tan guapo como un príncipe del cuento y sonríe, pero no a la vida, no me preguntéis a día de hoy no sé por qué a la vida no le sonríe. Me vela en lo que sus ojos pueden ver, y puede que sea un hombre desmañado y bonachón, pero seguirá disparando en los alrededores de mi cabeza hasta que el olvido aparezca.
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