Valentina, la Gorrión,
llamada así por sus prendas tan vistosas como las de un gorrión, camina con sus
pies descalzos entre libros mentirosos. Coge uno de la estantería, lo hojea, se
humedece el dedo índice para pasar las páginas y lo derrumba junto al resto de
libros calumniadores.
Gorrión, republicana y
romántica por excelencia, o eso murmuran los pocos que la conocen, ya no acepta
la acumulación de párrafos que hablan de mentiras, de príncipes que rescatan y
princesas que se enamoran.
Hoy en día las
princesas ya están muertas; princesas como Gorrión merecedoras del cielo por
hacer de mediadoras entre la razón y el corazón, han muerto en la espera de su
torre porque los príncipes ya no aparecen con un beso, las brujas son conocidas
por ser dolientes, maléficas y latosas, y los ogros por muy afables y
compasivos que sean el corazón lo tienen igual de muerto que una de esas
brujas.
Su imaginación es tan
vulnerable como un río ante la amenaza de la sequedad. Está cansada y necesita
que alguien la guíe, sabe que nacerá para hacerse vieja y eso desea con las
fuerzas más feroces de su alma, hacerse vieja con alguno, al menos para eso la
instruyeron los libros.
No cualquiera, Gorrión
no pide hombres ni caballeros, porque sabe que desaparecieron, pero sabe que si
se queda sentada ahí con el cúmulo de libros traidores la brisa del viento hará
que se desmorone. Ha cambiado el deseo por la nostalgia y la tristeza por la ira. La cara del príncipe judas comienza a
desvanecerse de sus recuerdos y la piel de Valentina ya no recuerda su tacto.
Habrá otros besos, otros brazos, otros sexos. No príncipes pero sí hombres de a
pie que tal vez no se queden, pero ayudarán a borrar todo rastro de él en su
cuerpo.
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