La tormenta pasa y
nace, por debajo de esas mejillas sonrosadas teñidas de lágrimas, la sonrisa de
Gorrión. “La batalla no está perdida” piensa. No está perdida si aún tenemos a
Ernest quien dice de sí mismo que quizá no sea un caballero pero cuando intenta
ser uno de ellos, Gorrión se ríe porque ya no cree en ellos. En realidad, lo
que más le gusta de Ernest es lo que ve, el sentir mil mariposas dándose
besitos de esquimal en sus entrañas, cuando él cierra sus ojos al compás de los
labios de Valentina que empiezan a rozarse con los de Ernest. Pensar que hay
tantos siglos, tantos espacios, tantos mundos, tantas heridas y coincidir en
ese preciso instante.
Quizá la realidad
supera a la ficción y detrás de esas descripciones inmensas de besos haya
segundas partes donde las lenguas heridas besan la sangre de otros labios. Esa
codicia de beber de otro cielo, el misterio de conocer otra piel, otros gustos
y el sonido del alma respirando.
Hoy ya no existen
cuentos de princesas, existe gente débil que necesita que le guíen y a los
tiernos que le lleven a sus camas mientras las critauras latosas se desvanecen
durante la noche.
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