Si había un placer en la vida era mirarle. Podría consumir mis días en contemplarle sin descanso, pero él es algo más que mera composición química, biológica y materia viva de piel rosada, suave y nariz achatada.
Su boca conserva un señero sabor a júbilo y libertad, de lengua viperina y con intento de perseverancia. Su razón no grita rebeldía, pero está repleta de entes vivaces. No es un alguien sensacional ni excepcional, puede que chocante e inusual.
Pero mucho más placentero era sonreírle, con delicadeza, acariciarle y deslizar las manos desde los hombros hasta su espalda, trazando círculos, y comenzar a anudar cuerpos. Abrazar, fuerte. Mirarle, sin exagerar, bajar párpados y abrirlos, trazar ángulos con la mirada, buscarle y e inventar la manera de encajar nuestros cuerpos.
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