A veces, mientras hablamos, vemos la televisión, en un intento de dormir o mientas vamos caminando por la calle veo mi mano y la mano que va sujetando. Veo sus uñas, sus cinco dedos, sigo el camino de su brazo y me lleva a un hombro, a un cuello, una barbilla y luego ahí, una boca, unos labios finos, una lengua un tanto viperina y los veo removerse, vibrarse, la manera en la que se enmienda, que se desplaza y viaja con ideas, palabras y bonitos versos (de tiempo en tiempo) hacia una nariz que respira, le da vida, la nutre y yo la sigo. Me lleva a unos ojos, me miran, dos ventanas de un barco que me muestran, que me invitan allá, a lo que hay al otro lado, fuera de ellos y yo me aventuro y yo me encuentro, me hallo, me sumerjo. Aparezco en un mar de colores, de tintes, de tonos, con formas, con arquetipos y con ejemplos. Y sigo nadando... Llego. Es profundo, reflexivo, profundo, hundido, pero lo descubro: íntimo, pero se revela, se delata, aparece como un océano que se manifiesta, se exterioriza, se muestra expresando emociones, sentimientos, él mismo se descubre, de pronto, sorprendentemente sintiendo, creyendo, creciendo.
A veces, mientras hablamos, vemos la televisión, en un intento de dormir o mientas vamos caminando por la calle veo mi mano y la mano que va sujetando. Veo a mi Barbas.
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