Desaparece de la existencia.

Vi a Rebeca entrar por la puerta que unía la entrada con el salón, llevaba dos grandes cajas que le tapaban la cara.

-¿Qué haces?- le miré detenidamente de la cabeza a los pies.

-¡Vamos Pedro! Saca la estantería que la vamos a montar.

Permanecí en el sofá curioseando como tiró el par de cajas al suelo de una patada, arrancando las portadas de cada uno de ellos. Me levanté, fui hasta ella, me agazapé delante de su cuerpo que también estaba en cuclillas. Paré sus manos descontroladas de los libros, repetí la pregunta sobre su comportamiento.

-Es maravilloso ¿no crees? Me los he encontrado cuando he ido a tirar la basura- Les daba la vuelta una y otra como si fueran juguetes nuevos y ella tuviera ocho años.
- Escucha cariño...- Pocas veces la llamaba así, pero cada vez que lo hacia me gustaba ponerle el pelo detrás de la de la oreja.- ¿no serán para gente que los necesita?

Se irguió hacía la despensa que es donde se hallaba la dichosa estantería mientras yo aguantaba en el suelo mirando el movimiento de sus caderas.
No pasó ni un minuto y ya oía sus pasos revolucionando la casa.

-¿Sabes? Necesitamos esos libros. ¿No te parece maravilloso abrir uno al azar sin saber cuál es? Imaginar un poco ¿lo entiendes? Evadirnos de la realidad que cada día nos consume, al menos eso me parece.
-Anda tonta - sujeté su tobillo, lo desprendí del suelo aproximandolo a mi. -te montaré la estantería, pero quédate aquí conmigo amor. Coge un libro de amor rehuyéndome de esta realidad que nos come.- Me acurruqué entre sus pechos.
-Tienes razón no los necesitamos. -comenzó a deshacerme la coleta haciéndome pequeñas trenzas- Mientras te ame a ti nada puede destruirme.