Mis niños

El amor se riega todos los días

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En el nirvana, El séptimo cielo, Heard & McDonald Islands
RÍE. LLORA. AMA. VIVE. Republicana, progresista y romántica por excelencia. Fuerte sentimiento de la justicia. Divino desastre pálido y frío. Creo en el destino, en la educación al pueblo y en el cambio. "Sapere aude."

martes, 5 de julio de 2011

Evante

Evante no podía dormir. La chica de los rizos dorados llevaba meses sin moverse de la cama, acurrucada como un bebé, sin ver apenas la luz del sol. Así durante los dos meses después del accidente.
Myles la quería, la amaba, pero abandonó, no podía verla así. Las notables ojeras de los grisaceos ojos de Evante eran puñaladas para su alma y ella lo único que hacía era drogarse para evadirse de la brutal realidad.

Una invisible mano le quitó el pelo de la cara a Evante, detrás de la oreja y la abrazó.
-¿Hanna…?- exclamó, aterrorizada por supuesto, pero allí estaba Hanna, su amiga, su deseable amiga.  
-Oh muñequita, si me puedes ver frena esto ya. Mírate, solo haces que drogarte, apenas comes…
-Cállate. – la reprimió, necesitaba pensar. Había una posiblidad de que esto fuera real, había otra, que estuviera loca.

Evante ya no era bonita, ya no era la típica rubia de piel blanca, con los ojos grises; ricitos de oro le llamaba Myles. Muñequita para Hanna.
La tierna chica que te acariciaba con su ternura y te abrazaba con su amor.

-Está bien –se levantó, subió persianas, abrió ventanas, se cegó por la luz del sol.- Si estoy loca, te seguiré viendo, hasta el día que no pueda verte más, te hablaré de Samu, y…
Las fantasmas manos de Hanna le taparon la boca.
-Háblame de Samu, de tus padres, de lo que quieras. Tira las pastillas azules y sal a la calle muñequita.

Evante se asustó, comenzaba a sentir miedo. Hanna seguía oliendo a coco, seguía con su piel suave, podía sentir sus manos. Una huella escabrosa empezó a sentir en su alma.

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