La gente corriente y de a pie se cuelga por alguien, y en mi caso yo siempre me terminaba ahorcando sin quererlo pero ahí no era donde todo acababa. Siempre habría otra persona que seguiría dándome cuerda para que yo me ahorcara y una, alguna vez, tendría que tener valor para romper la cuerda y poder respirar.
Y encuentras a alguien de quien te puedes colgar por muy perdida y dispersa que esté una. Colgarse de sus barbas, de sus piernas, de una mano o de su cuello; y todas esas marcas de cuerda y asfixia desaparecen, perezosamente, pero se desvanecen.
Confío plenamente en la casualidad de haberte conocido, en tu mirada, en tus brazos y en que tu cuerpo me parece el paraíso. Por mi parte, te ofrezco mi última confianza, a cambio de que sigas recibiendo tan bien mi caricias tanto físicas como escritas... No tenemos muchas cosas en común: nuestra manera de caminar no coincide, nunca pensamos igual; tenemos muchas ideas diferentes y mucho menos la estatura. Tú eres dueño de ti mismo y yo una niña insegura, pero nuestras manos parecían haber sido hechas como piezas exactas para encajar una con la otra, con los dedos entralazados y mirando la misma dirección. Y eso, es mi utopía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario